sábado, enero 14, 2006

Higado


Mi hermano empezó a detestar el hígado cuando, en un almuerzo, mi padre lo obligó a que se lo comiera. "Pero te lo vas a comer a la fuerza, le dijo, y le largó una perorata sobre "cómo" el trabajaba todo el día, que la comida no se tira, ni se desprecia, y mientras le hablaba, iba cortando el higado, pedacito a pedacito, que mi hermano miraba de reojo. Mi madre estaba muda y asustada - pánico puede ser que sintiera.
Tomá, le dijo papá a mi hermano y acercó el pedazo de higado a su boca, que permaneciá cerrada y tosuda, entonces papá lo cazó del cuello y con la otra mano le fue metiendo el higado a su boca, convertida en una trituradora de carne.

A la tarde mi padre se fue a vender sus sulfatadoras y mi madre no salió de su dormitorio hasta las nueve de la noche, cuando llegó mi papá de vender sus sultatadoras, ella tenía los ojos hinchados y papá venía con olor azufre de una demostración que había hecho en Nueva California. Hermano hizo penitencia en su dormitorio y la náusea acompañó su tarde, pero estaba tan asustado que ni se animó a vomitar el nauseabundo castigo.

Después mi madre enfermó del higado y estuvo mucho tiempo con tratamientos.Nunca entendí que tenía, se hacía transfusiones de sangre y no podía comer pescado. Mi hermano menor también vivía enfermo del hígado.
Nunca me apeteció el hígado, su olor era muy fuerte y el color rojo que nunca se desvanecía. Si lo comía era para que papá no se volviera a equivocar conmigo. El hígado era una carne sin categoría para venderse en carnicerías. Un achurero en una carreta y rodeados de perros que no dejaban de ladrarle pasaba por los barrios gritando "achurero". Las mujeres salían a la calle para comprar riñones, tripas, corazon y por supuesto lo más popular era el sustituto económico del lomo de la vaca: el hígado.

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