martes, septiembre 21, 2010

Para delirar a Lacán: conferencia dictada en el Neurisiquiátrico Borda

Próximamente subiré el texto de la conferencia dictada en agosto de 2010, en el Hospital Borda, ante un auditorio repleto de locos, siquiatras, sicologos, enfermeros y guardias del emblemático hospital neurosiquiátrico Borda.
Por ahora va aquí un fragmento:

"Señoras y señores, buenos días, supongo que ya todos han desayunado y bien, porque tendrán que resistir esta charla que ya les estoy dando acerca del genio y figura de Jacques Lacan, ese que ven en la proyección del Powerpoint. Quiero decirles que Lacán fue el que llevó el Psicoanálisis a los locos, en tal sentido su relación con Freud no es la del subversivo, sinodel predicador que marcha al territorio negro de la locura, a platicar su fe post-cartesiana y quienes mejor que los locos para entender a Lacán, acaso tal vez sean los locos, mucho más que artistas como Van Gogh o Nietsche, están siempre en línea directa con el inconsciente..."

Ciudadano Silo

¿Quién fue Silo?, ¿un mesías, un intelectual con la medalla a la ciencia de la Urss, un campeón de la gimnasia deportiva, un buen jugador de ajedrez, una araña, un manipulador, el jefe de una secta, un fenomenólogo que intentó juntar a Sartre con Gurdjieff?
Como Kane, él fue también lo que uno eligiera pensar o lo que a él le gustaba representar, era un comediante, pero no solo eso.
¿Quién fue Silo?

martes, septiembre 07, 2010

lunes, septiembre 06, 2010

Envidia al viento a los difuntos, Segundo Premio de Novela Ciudad Mendoza

rezaloquesepas.blogspot.com
Raúl Silanes obtiene el Segundo Premio de Novela Ciudad de Mendoza 2010

Los jurados fueron Claudia Piñeiro y Federico Jeanmaire.

“Envidia el viento a los difuntos”,
o nuevas noticias de la trastierra…
Por María Dueñas Alfonso

Entre las buenas noticias de estos días, acabo de recibir una que comparto de inmediato. El escritor Raúl Silanes , ha obtenido el Segundo Premio de Novela Ciudad de Mendoza, y por tal galardón la obra será publicada próximamente.

Cuando releo el manuscrito de la novela Envidia el viento a los difuntos, es decir cuando vuelvo a visitar este pueblo que imaginó y sigue imaginando Raúl Silanes, en su extensa obra narrativa, tengo la sensación de encontrarme en una “trastierra” (trasterrar es transferir una tierra a otra, una palabra pariente de destierro), un sitio representativo de otros lugares simbólicos, como puntos críticos de una esfera cuya realidad está en todas partes. Un lugar parecido al territorio visitado por nosotros en los sueños, cuyos ecos nos pesan por el poder enorme de las imágenes, por la contundencia certera de lo nunca conseguido y siempre intuido, el poder del desgaste inhumano que se produce por negar lo perdido, el poder de un desierto interior donde somos sombras, condenados a penar el tormento más cruel, el suplicio de dejarnos engañar con la esperanza.

Como pueblo central de la novela, Resurrección no está solamente dentro de un desierto. Se ubica en un lugar sin orillas, donde el polvo y el silencio han hecho refugio, montando guardia en lo oscuro, como si fueran a rescatar de hombres y mujeres, una esencia malversada por aquello que nunca pudieron conseguir. Todo esto mediante una historia central aparentemente sencilla (el asesinato de un cantor popular), pero repleta de otras infinitas historias, dotando al texto de una espesura y un nivel de síntesis, capaz de confabularse contra las modulaciones de lo real, donde hay (o queda) sólo tiempo y espacio, además de una asombrosa velocidad narrativa. En Resurrección los parámetros “normales” no miden nada, ni siquiera separan a la vida de la muerte. Resurrección no es una simple geografía imaginada, sino una amalgama de duraciones y longitudes, retorciéndose sobre sí mismas, mientras lo humano resiste a la muerte, resucitando con la memoria, para hacerse cargo de lo que pasa.

La lectura de Envidia el viento a los difuntos, nos convierte en lectores-habitantes del texto, habitantes de resonancias y retumbos forjadores de una voluntad inexorable, por esa constante fabricación de imágenes y metáforas, cuyas repercusiones continúan respirando más allá de toda esperanza, como un curioso reverso activo de la nada. En otras palabras, nos inunda del poder de los vencidos, entendidos estos como todos aquellos que no aceptan su derrota, ni caen en la pasividad de la autocompasión.

En cuanto a lo formal, en esta novela Silanes se limita como narrador, a establecer un margen de tres párrafos, altamente concentrados desde el punto de vista del lenguaje, para cada capítulo de la obra; pero además, establece “partes” de diez capítulos, donde encierra cientos de historias, mitos a su vez repensados en las mismas oraciones, mediante un trabajo que, como resaltó el jurado del concurso Ciudad de Mendoza, “destaca por su gran originalidad y su extraordinario manejo del lenguaje”.

En la obra de Silanes, no hay diferencia, entre vivos y muertos: son expresiones de lo mismo. En todo caso, los muertos gozan o padecen de una vida inextinguible, siendo seres más vivos que los vivos, hechos de una imbricación entre el sujeto, la historia y la sociedad; es decir, entre el hombre y lo real, a través de la irrealidad de la escritura, donde el narrador instaura sus propios mitos, con la convicción concreta de hallar otra realidad posible, y la escribe, atravesando a la realidad de los demás, a la realidad cotidiana, con esta otra de ficción, en muchas de las tantas direcciones observadas. Para este novelista, la percepción sensible no se opone a semejante conocimiento de otra realidad, sino que la ayuda a crecer y la enriquece con una nueva comprensión, hecha del sinsentido subyacente en la genealogía de su propio sistema de significación.

Es una visión crítica la de Silanes, que muestra fuerzas desafiantes, frente a la opresión; pero también y sobre todo es una visión profundamente humanista, que nos muestra los modos por los cuales se define el destino de la persona humana y el devenir de su búsqueda del sentido de la existencia. Por eso, al terminar de leer Envidia el viento…, me he preguntado de qué modo se entreveran y funden en esta obra (y en toda la obra de Raúl Silanes), las distintas tradiciones históricas y literarias. Lo hace a través de un afán desmitificador donde participan lo sombrío de las atmósferas y la verdad de los personajes. De allí las correspondencias directas de Silanes, con autores como Rulfo, Fawlkner y Kafka, por citar sólo tres, a quienes como a él no les interesa la idealización, sino mostrar al hombre en su intolerable postración, bajo el peso infame de las reglas de juego impuestas por otros (que otros peores sostienen). Y en ese contexto, Silanes no predica, incluso no juzga. Muestra procesos de despojo, donde toda acción sintetiza a la historia, la sociedad y al paisaje. Tal vez por eso, Silanes hace hincapié a veces en quienes parecen predispuestos al linchamiento, y los evoca como si el tiempo retrocediera en vez de avanzar (de esa manera no importa cuál noche empieza o cuál día termina, porque ya en nada se diferencian la luz de la oscuridad, para los ojos habituados a una realidad manipulada, incluso hasta por la naturaleza, con la presión ejercida a través de la sequía interminable (e intencionada).

Es muy interesante ver que los jurados del concurso, consideraron a esta una obra “muy mendocina”, sin darse cuenta, ya que nada de eso es “mendocino” y, al mismo tiempo, en su áspera ambigüedad todo lo es; porque precisamente allí radica la universalidad de la obran (parece pertenecer a un lugar, pero ese lugar en realidad no existe, es pura ficción). Otro de los jurados confesó “Ahora conozco mucho más de Mendoza”. Esta novela, pertenece a la imaginación, o “realidad ficcionada”. Silanes utiliza “conocidos/universales” (desaparecidos, basurales, dictadura, desocupación, pobreza, analfabetismo, desalojo, etc.), y los instala en un contexto distinto, como si se tratara de señales para re-conocer la ficción, señales componentes de su complejo trabajo de verosimilitud. Así se convierte en una historia veraz y termina dándole la razón a Silanes: su mundo inventado es más real que el otro. Se da el lujo hasta de mostrar un mapa hecho a mano de su pueblo inventado, con detalles no sólo de calles sino de nombres de quienes viven en las casas, y los lugares más importantes (estación, acueducto inconcluso, iglesia, plaza, etc.), dotando al ámbito creado de una fascinación perdurable en el lector, para desarrollar una polifonía de interpretaciones.

Así va descifrando las formas simbólicas, como una mano que desarma ante nosotros un vasto tejido, y cada hebra, cada hilo recuperado para el ovillo original, se transforma en una historia, implantando un mito sobre otro. Sin olvidar por esto las formas ideológicas, no sólo en cuanto a la política si no también a la religión; es decir, lo ideológico en cuanto a las creencias, a la necesidad de creer, de producir creencias en medio del desierto, de concretar un sistema de mitos cuyo rostro no es definitivo, al enlazarse con los mitos universales, como claves del drama ontológico y existencial.

La funcionalidad de los mitos que Silanes utiliza, sobre todo en relación a los enigmas del destino, abarcan de una manera demoledora toda clase de historias, incluyendo la antinomia entre fatalidad y responsabilidad. Porque, ¿qué buscan o sufren, los difuntos de Resurrección, sino esto en definitiva? Vivir entre la fatalidad y la responsabilidad, dando lugar a una experiencia simbólica (o a su “museo de símbolos”, como suele decir Silanes), desde experiencias históricas y sociales, individuales y colectivas, donde son trascendentes tanto la ausencia de padres sociales importantes (un líder a quien sólo se le conoce por su estatua descabezada que aparece en el centro de la plaza), como la presencia de suplentes opresores (dictadura). Silanes reconcilia a su manera al mito con la sociedad, en el contexto de una realidad cultural concreta, aunque la instale en un ámbito totalmente ficticio, dándole su propia unidad e identidad histórica. A esto no escapa la utilización del mito universal endógeno, producido por el conflicto de las dos mitades de todo (no acaban nunca de unirse), desde el tajo provocado con su intento de eliminar o negar lo distinto. Es el la profundidad de esa vieja herida sangrante, disfrazada de cicatriz palpitante frente al menor roce, donde late Resurrección en su mayor expresión, y donde habitan como en una peregrinación interminable, multitud de espectros, empujados por la testarudez de los hechos, y donde los vivos, por decirlo de una manera comprensible, no tienen dónde caerse muertos.

El pueblo inventado de Resurrección, es engullido por su símbolo, formando dentro de sí su propia realidad. Tal vez por eso, leer a Silanes es como oír la tristeza de las cenizas. Estamos ante un escritor que, desolado por su propia imaginación, es una especie de fantasma recorriendo tierra baldía, pero sobre todo atravesando noches interminables, abiertas a las almas en pena, que resumen el murmullo de la arena del desierto más íntimo, ansioso de volver a ser palabra y vida. En tal sentido, Envidia el viento a los difuntos, título cargado de poesía, termina siendo una reflexión sobre la memoria y la pérdida, un relato nada épico sobre el desarraigo y la desesperación, sobre la identidad y la muerte. Con su prodigiosa escritura, entreteje una historia plagada de metáforas que, a pesar de todas sus relaciones simbólicas, resulta opresivamente clara. Pero no se trata sólo de historias. Es una evocación de la experiencia de no saber quiénes hemos llegado a ser. Es un libro de una calidez conmovedora, que busca explicación a nuestro complejo destino, y demuestra cómo la literatura puede llegar a ser indispensable, cuando busca, asimila y transforma los detalles de la realidad, para convertirse en pensamiento de quienes no logran sentirse parte de este mundo. Es una especie de contraodisea, al confrontar mitos, sacándole la esencia a sus ambigüedades.

La obra de Raúl Silanes (1958), Envidia el viento a los difuntos, obtuvo el Segundo Premio de Novela Ciudad de Mendoza, por “su gran originalidad y extraordinario manejo del lenguaje”. Silanes ha obtenido, entre otros premios, el Bienal (Argentina 1980/81), Caliope (España), Furman (EE.UU.), Plaza Calderón (Méjico), Samuelson (EE.UU.), Arnedo (España), Gabriele D’Annunzio (Italia), Dock (Argentina), Encina de la Cañada (España), Robert Lowell (EE.UU.); y Finalista en Felguera (España), Alfaguara-Uno (Argentina), Encarna León (España), Olga Orozco (Argentina), etc. Entre sus obras destacan Soles subterráneos (1982), Primer límite roto (1983), Devolución de babel (1984), La sombra del hielo también se derrite (1989), Nidos & Redes 1996), Sitiados (1997), Luminosa oscuridad (1998), El cielo (1999), La iluminada (2001), Dumb (2004), Mujeres (2005) y Cementerio (2008). Ha sido traducido a una docena de idiomas y fue nominado al Premio Príncipe de Asturias en 2002.


La obra de Raúl Silanes (1958), Envidia el viento a los difuntos, obtuvo el Segundo Premio de Novela Ciudad de Mendoza, por “su gran originalidad y extraordinario manejo del lenguaje”. Silanes ha obtenido, entre otros premios, el Bienal (Argentina 1980/81), Caliope (España), Furman (EE.UU.), Plaza Calderón (Méjico), Samuelson (EE.UU.), Arnedo (España), Gabriele D’Annunzio (Italia), Dock (Argentina), Encina de la Cañada (España), Robert Lowell (EE.UU.); y Finalista en Felguera (España), Alfaguara-Uno (Argentina), Encarna León (España), Olga Orozco (Argentina), etc. Entre sus obras destacan Soles subterráneos (1982), Primer límite roto (1983), Devolución de babel (1984), La sombra del hielo también se derrite (1989), Nidos & Redes 1996), Sitiados (1997), Luminosa oscuridad (1998), El cielo (1999), La iluminada (2001), Dumb (2004), Mujeres (2005) y Cementerio (2008). Ha sido traducido a una docena de idiomas y fue nominado al Premio Príncipe de Asturias en 2002.