Iba camino a su casa en un pequeño pueblo el que sobrevivía gracias a su agricultura alimentada por un río cercano y la mano del hombre construyendo represas, diques y zanjas.
La radio encendida y el fuerte sol de frente evitaban que se durmiera en ese aburrido paisaje. Había pasado una semana alejado de su hogar, visitando almacenes en pequeñas poblaciones. Viviendo en pensiones y comiendo en malolientes fondas. A pesar de todo, su trabajo de viajante le gustaba. Había elegido vivir lejos de las grandes ciudades recorriendo pequeños pueblos cada vez más pequeños y decadentes pero que conservaban el encanto de viejas gasolineras y bares congelados en el tiempo.
-Cuando me case – se prometío hace muchos años -me iré e vivir a un pueblo pequeño donde al despertarme pueda contemplar montañas multicolores y respirar aire helado.
Dobló a la derecha, era el último tramo, dos kilómetros de tierra. Una densa nube gris se levantaba en las espaldas del pequeño Fiat. Comenzó a toser y a levantar los vidrios. Aquello no lo disgustó, tal vez por el recuerdo de su querida esposa y sus dos hijos que pronto vería.
Al llegar lo impresionó la soledad de aquel poblado, ningún auto circulaba y sus pequeñas veredas estaban vacías.
-Seguro que están todos viendo televisión –pensó riéndose.
Siguió camino hasta su casa, ubicada en un barrio construido recientemente, antes alquilaba un incómodo departamento en la ciudad. Observaba aquellos caños de aluminio en forma de cruz que surgía de todas las casas como pequeñas capillas.
-Este juego de ropa interior le va a encantar a Bettina- se decía mientras bajaba de su auto una pequeña caja y su maletín.
Abrió la puerta pero no encontró a nadie en el living, el televisor se escuchaba desde el dormitorio, caminó sigilosamente con aquel regalo en su espalda. En el dormitorio tampoco estaba ella. Recorrió toda la casa pero no encontró a nadie.
El enorme perro negro garrapateaba la puerta y ladraba. Al abrirle la puerta, se lanzó ansioso sobre él.
-Está bien Diablo, está bien, aIgo habrá para que comas- le decía mientras buscaba su alimento.
-Ya deben estar por llegar, seguro que fue a buscar los chicos al colegio- aquel pensamiento lo tranqui1izó un poco.
Un baño lo renovó, estaba muy cansado. fue a su dormitorio. Dejó aquella pequeña sorpresa en la mesa de luz y encendió un cigarrillo. Ere una pel1cula romántica, pero, qu6 arecida a su Bettina, la protagonista. Se lo contaría cuando la viera. Las imágenes del televisor le fueron desdibujando en sus pupilas.
Cuando despertó estaba anocheciendo pero su familia no habla llegado. ..
-Mis vecinos deben saber algo- pensó y se dirigió a su casa. Tocó timbre pero nadie salió, la puerta estaba abierta, entró. Le pareció sentir la voz de su vecino en la cocina.
-Señor Jorge Macedo cuál considera que son las medidas económicas necesarias para solucionar la grave crisis.- preguntó el periodista en la pantalla a su vecino que parecía que lo estaban entrevistando.
Le impresionó ver al vecino en la televisión y la postura tal vez muy académica. Ingresó en otras casas vecinales, pero todas estaban vacías.
Todas sus llamadas telefónicas fueron inútiles.
Comenzó a sentir los latidos de su corazón. Sus manos temblaban. Tomó un auto y salió de aquel pueblo fantasma. Nadie circulaba en las rutas y caminos. Se fue a la ciudad, distante a unos veinte kilómetros. Allí tampoco había nada. Preso de un fuerte temor escapó a sus soñadas montañas, lejos de aquel silencio sepulcral.
Esa noche durmió en su auto. Hacia mucho frío, amanecía, encendió el motor para hacer funcionar la calefacción, y se sirvió café que quedaba en el termo.
Recostado en su asiento recordó a los Testigos de Jehová anunciando el fin del mundo. Recordó también viejas novelas de ciencia-ficción donde flotillas de platos voladores destruían la humanidad. La angustia y el aburrimiento le pesaban mucho, encendió el televisor portátil que llevaba en el baúl.
Hacía dos días que cabalgaba por aquellas agrestes e inmensas montañas. Era el Cowboy más temido de Texas. En las laderas se extendían inmensos árboles, en el valle un lago azul lo esperaba para calmar su sed.
Nadie versión original
Nadie
La ruta era pura desolación, a sus
orillas se extendía una escasa vegetación de hambrientos y desnutridos
arbustos, arañas y lagartijas cruzaban el asfalto, algunas aplastadas por las
cubiertas crujian como último grito de muerte, en el lfndo elevadas montañas
delimitaban aquel paisaje árido.
Iba camino a su casa en un pequeño pueblo
el que sobrevivía por su agricultura alimentada por un río cercano y la mano
del hombre construyendo represas, diques y zanjas.
La radio encendida y el fuerte sol de
frente evitaban que se durmiera en ese aburrido paisaje. Había pasado una
semana alejado de su hogar, visitó pequeñas poblaciones y almacenes. Vivió en
pensiones y comió en malolientes fondas, A pesar de todo todo, el trabajo de
viajante le gustaba.
Habla elegido vivir lejos de la ciudad. Cuando me case-decía hace muchos
años- me iré a vivir a un pequeño pueblo donde al despertarme pueda contemplar
hermosas montañas y respirar aire puro.
Dobló a la derecha, era el último tramo, dos kilómetros de tierra. Una
densa nube gris se levantaba en las espaldas del pequeño auto, comenzó a toser
y a levantar los vidrios. Aquello no lo disgustó, tal vez por el recuerdo de su
querida esposa y sus dos hijos que pronto vería.
Al llegar lo impresionó la soledad de aquel poblado, ningún auto
circulaba y sus pequeñas veredas estaban vacías. Seguro que están todos viendo
televisión pensaba riéndose
Siguió camino hasta su casa, ubicada en un barrio construido
recientemente, antes alquilaba un incómodo departamento en la ciudad. Observaba
aquellos caños de aluminio en forma de cruz que surgia de todas las casas,
parecian pequeñas capillas. -Este juego
de ropa interior le va a encantar a Bettina- se decia mientras bajaba de su
auto una pequeña caja y su maletin. Abrió la puerta pero no encontró a nadie en
el living, sin tió el televisor en su dormitorio, caminó sigilosamente con
aquel regalo en su espalda. En el dormitorio tampoco estaba ella. Recorrió toda
la casa pero no encontró a nadie. El enorme perro negro garrapateaba la puerta
y lanzaba fuertes ladridos. Al abririe la puerta, se lanzó sobre él.
-Está bien Diablo, está bien, algo habrá para que comás le decía,
mientras buscaba su alimento. Ya deben estar por llegar, seguro que fue a
buscarlos al colegio. - aquel pensamiento lo tranquilizó un poco.
Un baño lo renovó, estaba muy cansado, fue a su dormitorio. Dejó aquella
pequeña sorpresa en la mesa de luz y en cendió un cigarrillo. Era una pelicula
romántica, pero, quê parecida a su Bettina, la protagonista. Se lo contaria
cuando la viera. Las imágenes del televisor se fueron desdibujando en sus
pupilas.
Cuando despertó estaba anocheciendo pero su familia no habla llegado.
-Mis vecinos deben saber algo-pensó y casa. Tocó timbre pero nadie salió, se
dirigió a su la puerta estaba abierta, entró. Le pareció sentir la voz de su
vecino en la cocina. -Señor Jorge M. cuáles considera que son las medidas
económicas necesarias para solucionar esta grave crisis económica preguntó el
periodista en la pantalla. Le impresionó la respuesta de su vecino, tal vez muy
académica para su escasa cultura.
Ingresó en otras casas vecinas, pero todas estaban vacias de seres
humanos. Todas sus llamadas telefónicas fueron inútiles.
Un frio sudor comenzó a deslizarse por todo su cuerpo. Sentia los
latidos de su corazón. Sus manos temblaba. Tomó su auto y salió de aquel pueblo
fantasma. Nadie circulaba en las rutas y caminos. Se encaminó a la ciudad,
distante a unos veinte kilómetros. Alli tampoco había vida humana. Preso de un
fuerte temor escapó a sus soñadas montañas, lejos de aquel silencio
sepulcral.
Esa noche durmió en su auto. Hacia mucho frio, comenzaba a amanecer,
encendió el motor para hacer funcionar la calefacción, y se sirvió un poco de
café frio que quedaba en el termo.
Recostado en su asiento recordó aquellos fanáticos seguidores de Jehová
lanzando aullidos apocalipticos. Recordó viejas novelas de ciencia ficción
donde flotillas de platos voladores destruían la humanidad. La película de Orson
Welles y la bomba de neutrones. La angustia y el aburrimiento le pesaban mucho,
encendió el pequeño televisor que guardaba en el baúl. Hacia dos días que
cabalgaba por aquellas agrestes e inmensas montañas. Era el Cowboy más temido
de Texas. En las laderas se extendían inmensos árboles, en el valle un lago
azul lo esperaba para calmar su sed.