jueves, febrero 23, 2006

Alberto

El odio se puede medir, pesar y hasta establecer su valor económico. Me gusta más la palabra detestar. Yo detesto a una persona, de cuyo nombre no quiero ni acordarme; la detesto por una incipiente ulcera que me saluda cada vez que escribo, la detesto por que miente con una sonrisa y en eso es un maestro. La detesto porque en cuatro años que llevo en España me ha engañado sistemáticamente, lo detesto porque de algún modo tengo una dependencia económica y compleja de la que soy responsable (…según mi esposa).
No puedo medir mi odio y en definitiva a quién le puede importar este asunto, salvo que el lector encuentre en su vida a otra persona que deteste; pero puede que el odio sea una vivencia irrepetible y que cada odio es un encuentro único con la persona detestada.
Yo he detestado a mucha gente a lo largo de mi vida, y es cierto eso de que “dime a quien detestas y te dire quien eres”.
Puede que el odio sea solo una racionalización de mi propia ineptitud de independizarme, de mi comodidad, puede que sea masoquista y necesite todos los días sentirme decepcionado, engañado, deprimido. Atrapado en esa eterna recurrencia estaré condenado hasta el final de mis días o cuando un accidente nos separe.

Alberto un amigo vivía odiando y murió de cáncer al estómago, porque el aparato digestivo se hace cargo de los odios vicerales, los que sientes en la boca del estómago. Es como si te hubieras comido un sapo moribundo y no lo puedes digerir y sientes que se mueve en el estómago y en las noches croa.

Hay un fuerte mandamiento ciudadano:”no matarás”, y solo pensar que disfrutaríamos de la muerte de esa persona (yde tantas), nos genera culpa, y lo vemos a Jesus diciendo que eso no y siempre está el miedo a la cárcel y a dejar a la familia en la vía. Pero yo he imaginado que lo mato, no ha sido siempre y no es en este momento, pero juro que he disfrutado viendolo sin vida. y después me he imaginado yendo a la carcel, como Oswald, llevandome entre dos sheriff y luego el padre que me dispara en la boca del estómago.

Alberto detestaba a su pareja pero vivía con ella y Guillermo un día lo encontró sumergido en la bañera y a Rita bañándolo, y Guillermo no paraba de ensañarse contando esa escena en especial cuando Alberto renegaba de Rita.

Alberto intentó escapar cuando aceptó un trabajo en Colombia, emprendió un viaje desde Argentina en Autobus, atravesó Chile, su desierto de Atacama, Perú, Ecuador, hasta llegar a la selva colombiana, el trabajo no era lo que esperaba, Alberto nunca nos dio muchos detalles, creoque tenía que hacer de vigilante o guardia de un campo de cultivo en medio de la selva. Creo que estuvo unas semanas y volvió a la Argentina. Nos contó que lo que mas lo habia impresionado era un pueblo en el desierto de Atacama donde se acostó con una enana que regenteaba un burdel y un hotel para viajeros.

A la vuelta, no recuerdo bien en que orden, pero anduvo en casa de antiguas novias, fatigó casas de amigos, pensiones y cuando ya no daba más hizo las pases con Rita.

En los últimos tiempos se le dio por pensar que ella quería quedarse con sus libros, que ella le robaba los libros o algo parecido, y todos en el cafe pensábamos que era un delirio: ¿acaso ella, que era la que lo mantenia, que le daba de comer, que lo bañaba, pudiera quedarse con sus libros de esoterismo? Yo a veces me ponía en inquisidor y decia en el café que todo era culpa de el, que su dependencia era por su vagancia y otras cosas que ahora he desistido de pensar. Los demas seguían a coro afirmando lo mismo e incluso con más saña.

Alberto hizo un curso de cosmetologia, y parece que no iba con el andar poniendoles mascaras de barro a las mujeres, se que trabajo como dependiente con un direigente comunista en una tienda de amortiguadores reciblados, estuvo alli bastante tiempo y se que le iba bien y cumplia con los horarios, fue la primera vez que lo vi orgulloso de su trabajo pero al final parece que no le pagaban, y demando a su jefe. Tambien vendió libros para la ONU y siempre estaba emprendiendo cosas que siempre fracasaban o que apenas le daban para el cafe y los cigarros que armaba con inusual habilidad o de vez en cuando comprarse algun libro de astrologia, de Rene Guenon o de Aleyster Crowley que era su autor favorito. Como astrólogo solía decirle cosas terribles a los consultantes, que huía enojados y despavoridos. Hacer cartas natales tampoco fue su negocio.

Una vez me invitó a una reunión con unos amigos musulmanes, y en la cena, Alberto hizo una pregunta sobre las desigualdades del mundo árabe y el que presidía la reunión se molestó un pococ1.Alberto habia desarrollado una solidaridad instintiva con los perdedores.

Alberto comenzó a sentir dolores de estómago, era cáncer y en seis meses murió. No lo vi en ese tiempo, una vez casi al final, no me quiso recibir y luego fui a su entierro, vi a Rita que lloraba y decía algo así que “era tan bueno” o no se pero si vi que lloraba o parecía que lloraba,no puedo asegurar nada.

Con sus amigos Bernardo, Mario y Guillermo fuimos a tomar un café a una gasolinera cerca del cementerio. Ni sé de que hablamos, sí que el café estaba horrible.


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