lunes, junio 05, 2017

Matar a un niño, cuento de Stig Dagerman

MATAR A UN NIÑO

(cuento)

Stig Dagerman (Suecia, 1923-1954)

Es un día suave y el sol está oblicuo sobre la llanura. Pronto sonarán las campanas, porque es domingo. Entre dos campos de centeno, dos jóvenes han hallado una senda por la que nunca fueron antes, y en los tres pueblos de la planicie resplandecen los vidrios de las ventanas. Algunos hombres se afeitan frente a los espejos en las mesas de las cocinas, las mujeres cortan pan para el café, canturreando, y los niños están sentados en el suelo, abrochándose la blusa. Es la mañana feliz de un día desgraciado, porque este día, en el tercer pueblo, un hombre feliz matará a un niño. Todavía el niño está sentado en el suelo y abrocha su camisa, y el hombre que se afeita dice que hoy darán un paseo en bote por el riachuelo, y la mujer canturrea y coloca el pan, recién cortado, en un plato azul. Ninguna sombra atraviesa la cocina y, sin embargo, el hombre que matará al niño está al lado del surtidor rojo de gasolina, en el primer pueblo. Es un hombre feliz que mira por el visor de una máquina de fotos y ve un pequeño coche azul y, a su lado, a una muchacha que ríe. Mientras la muchacha ríe y el hombre toma la hermosa fotografía, el vendedor de gasolina ajusta la tapa del depósito y les asegura que tendrán un bonito día. La muchacha se sienta en el coche y el hombre que matará al niño saca su billetera del bolsillo y comenta que viajarán hasta el mar, y en el mar pedirán prestado un bote y remarán lejos, muy lejos. A través de los vidrios bajados, la muchacha, en el asiento delantero, oye lo que él dice; cierra los ojos, ve el mar y al hombre junto a sí en el bote. No es ningún hombre malo, es alegre y feliz, y antes de entrar en el automóvil se detiene un instante frente al radiador que centellea al sol, y goza del brillo y del olor a gasolina y a ciruelo silvestre. No cae ninguna sombra sobre el coche y el refulgente parachoques no tiene ninguna abolladura y no está rojo de sangre.
Pero, al mismo tiempo que en el primer pueblo el hombre cierra la puerta izquierda del coche y tira del botón de arranque, en el tercer pueblo la mujer abre su alacena, en la cocina, y no encuentra el azúcar. El niño, que se ha abrochado la camisa y que se ha atado los cordones de los zapatos, está de rodillas en el sofá y contempla el riachuelo que serpentea entre los alisos, y el negro bote que está medio varado sobre la hierba. El hombre que perderá a su hijo está recién afeitado y, en ese momento, pliega el soporte del espejo. En la mesa, las tazas de café, el pan, la leche y las moscas. Sólo falta el azúcar, y la madre ordena a su hijo que corra a casa de los Larsson y pida prestados algunos terrones. Y mientras el niño abre la puerta, el padre le grita que se dé prisa, porque el bote espera en la ribera. Remarán hasta tan lejos como nunca antes remaron. Cuando el niño corre a través del jardín, en todo momento piensa en el riachuelo y en los peces que saltan, y nadie le susurra que sólo le quedan ocho minutos de vida y que el bote permanecerá allí en donde está, todo el día y muchos otros días. No está lejos la casa de los Larsson: únicamente cruzar el camino, y mientras el niño corre atravesándolo, el pequeño coche azul entra en el otro pueblo. Es un pueblo pequeño con pequeñas casas rojas, con gente que acaba de despertar, que está en la cocina con las tazas de café levantadas y observan al coche venir por el otro lado del seto con grandes nubes de polvo detrás de sí. Va muy rápido, y el hombre ve cómo los álamos y los postes de telégrafo, recién alquitranados, pasan como sombras grises. Sopla el verano por la ventanilla. Salen velozmente del pueblo. El coche se mantiene seguro en medio del camino. Están solos todavía. Es placentero viajar completamente solos por un liso y ancho camino, y a campo abierto es mucho mejor aún. El hombre es feliz y fuerte, y en el codo derecho siente el cuerpo de su futura mujer. No es ningún hombre malo. Tiene prisa por alcanzar el mar. No sería capaz de matar a una mosca, pero sin embargo, pronto matará a un niño. Mientras avanzan hacía el tercer pueblo, cierra la muchacha otra vez los ojos y juega que no los abrirá hasta que puedan ver el mar, y al compás de los suaves botes del coche, sueña en lo terso que estará.
¿Por qué la vida está construida con tanta crueldad, que un minuto antes de que un hombre feliz mate a un niño, todavía es feliz y un minuto antes de que una mujer grite de horror, puede cerrar los ojos y soñar con el ancho mar, y durante el último minuto de la vida de un niño pueden sus padres estar sentados en una cocina y esperar el azúcar y hablar sobre los dientes blancos de su hijo y sobre un paseo en bote, y el niño mismo puede cerrar una verja y empezar a atravesar un camino con algunos terrones en la mano derecha envueltos en papel blanco; y durante este último minuto no ver otra cosa que un largo y brillante riachuelo con grandes peces y un ancho bote con callados remos?
Después, todo es demasiado tarde. Después, hay un coche azul cruzado en el camino, y una mujer que grita, retira la mano de la boca y la mano sangra. Después, un hombre abre la puerta de un coche y trata de mantenerse en pie, aunque tiene un abismo de terror dentro de sí. Después hay algunos terrones de azúcar blanca desparramados absurdamente entre la sangre y la arenilla, y un niño yace inmóvil boca abajo, con la cara duramente apretada contra el camino. Después, llegan dos lívidas personas que todavía no han podido beberse el café, que salen corriendo desde la verja y ven en el camino un espectáculo que jamás olvidarán.
Porque no es verdad que el tiempo cure todas las heridas. El tiempo no cura la herida de un niño muerto y cura muy mal el dolor de una madre que olvidó comprar azúcar y mandó a su hijo a través del camino para pedirla prestada; e, igualmente, cura muy mal la congoja del hombre feliz, que lo mató..
Porque el que ha matado a un niño, no va al mar. El que ha matado a un niño vuelve lentamente a casa en medio del silencio, y junto a sí lleva una mujer muda con la mano vendada; y en todos los pueblos por los que pasan ven que no hay ni una sola persona alegre. Todas las sombras son más oscuras, y cuando se separan todavía es en silencio; y el hombre que ha matado a un niño sabe que este silencio es su enemigo, y que va a necesitar años de su vida para vencerlo, gritando que no fue culpa suya. Pero sabe que esto es mentira, y en los sueños de muchas noches deseará en cambio tener un solo minuto de su vida pasada para “hacer este solo minuto diferente”.
Pero tan cruel es la vida para el que ha matado a un niño, que después todo es demasiado tarde.

“Att döda ett barn” (1948)
(Versión revisada)
[Dagerman escribió este extraordinario cuento a petición de la Asociación Nacional de Seguridad Vial de Suecia, con la finalidad de disminuir la velocidad del tráfico y evitar los accidentes. 
Su biografía: https://www.pagina12.com.ar/41907-el-verdugo-y-el-hacha 

lunes, octubre 17, 2016

El ocaso de Bob Dylan



El Ciudadano Ilustre de Salas, Daniel  Mantovani que ganó hace unos años el premio Nobel de literatura declaró esto al suplemento Babelia del diario El País del galardón otorgado a Bob Dylan:

"Bob Dylan tiene un agente que se encargará de contestarles a los reyes suecos. No le da bola y sigue con su gira. Ahora va a cantar a Las Vegas el que ha  "creado nuevas expresiones poéticas en la gran tradición de la canción americana". Esto no lo afirma Grammy, ni la academia de los Oscar, lo dice un vocero de los tipos que todos los años se juntan en algun fiordo para postular al mejor escritor del Universo. Bob Dylan está entrampado, sabe que como Obama o el presidente de Colombia no se merece el Nobel, por lo menos el de literatura y entonces ese falso reconocimiento hace daño a su trayectoria, en la que sí es el más grande".

martes, junio 28, 2016

Sospecho de Vaclav Havel


Vaclav Havel poco antes de asumir de Presidente de la desaparecida Checoslovaquia confesó que sospechaba de sí.
Vaclav  fue  escritor y accidentalmente presidente. Durante la Primavera de Praga con un megáfon andaba retando a los tanques rusos.
Aquí el texto:

Sospecho de mi

de Vaclav Havel



(...) Soy uno de los que considera que el ocupar un cargo político es
una expresión de responsabilidad hacia el conjunto social, y hasta
como una especie de sacrificio. Pero según voy observando a otros
políticos, de los que sé cosas y afirman lo mismo que yo, me siento
obligado una y otra vez a analizarme y a preguntarme si quizá ya
empiezo a engañarme y si se trata, a lo mejor en mi caso también, de
una inspiración no confesada de cerciorarme de que significo algo y,
por ende, de que existo, más que de un auténtico servicio a la causa.
Resumiendo: empiezo a sospechar de mi de manera permanente.

   (...) Resulta muy interesante observar lo diabólica que puede ser la
tentación del poder. Se puede apreciar mucho mejor en aquellas
personas que nunca tuvimos ningún poder y que siempre criticamos con
audacia a los poderosos por disfrutar de tal o cual ventaja que
ahondaba la distancia entre ellos y el pueblo. Cuando de repente nos
vemos en el poder, instintivamente empezamos a parecernos a nuestros
despreciables antepasados. Nos molesta, nos irrita, pero verificamos
que no somos capaces de resistirnos.
Puedo resumir: recibo un trato privilegiado cuando voy al médico; no
debo de conducir mi coche y mi chofer nunca está de mal humor por
circular a paso de tortuga en Praga; no necesito cocinar ni buscar
alimentos, ni siquiera necesito marcar los números de teléfono cuando
quiero hablar con alguien.

   (...) Pero lo peor es que todo responde a una lógica indudable. Haría
el ridículo y sería despreciable si llegase tarde a las negociaciones
que responden al interés de mi país por perder mi tiempo de presidente
en las antesalas del dentista, en las colas para comprar carne,
luchando con la oxidada red telefónica praguense y tratando
desesperadamente de conseguir en Praga un taxi, sin parecer un turista
occidental con dólares en el bolsillo.
Pero dónde termina la lógica y la necesidad objetiva y dónde empiezan
los pretextos?
Es que acaso conocemos y sabemos discernir el instante en que ya no se
trata del interés del país, al que nos sacrificamos tolerando nuestras
ventajas, y se trata ya de nuestras ventajas, las que disculpamos
hablando del interés del país?

   (...) Confieso que se necesita tener un nivel elevado de reflexión y
autocrítica para ser capaz de identificar ese instante, por muy buenas
que hayan sido anteriormente las disposiciones. Yo mismo, que lucho
constantemente, y con escaso éxito, contra las ventajas de que gozo,
no me atrevería a afirmar que soy capaz de discernir siempre y con
seguridad ese momento. El ser humano se acostumbra, se desacostumbra,
y a la postre -sin darse ni siquiera cuenta- puede perder su sentido
crítico.

   (...) Repito otra vez: estando en el poder, sospecho siempre de mí
mismo. Hay algo pérfido, de doble sentido. En las tentaciones del
poder. Por una parte el poder político ofrece la estupenda posibilidad
de convencernos durante todo el día de que existimos y de que poseemos
una identidad irrefutable, que se plasma en cada una de las palabras y
en cada uno de los gestos.
No obstante ese mismo poder político, y en todo lo que lógicamente lo
acompaña, está escondido un terrible peligro: de forma imperceptible,
pero irresistible, nos priva de nuestra existencia y de nuestra
identidad, simulando que las confirma.

   (...) La persona que se olvidó cómo se conduce un coche, cómo se
hacen las compras o cómo se prepara café, o cómo se llama por
teléfono.... No es la misma persona que lo ha sabido hacer durante toda
su vida. Tampoco lo es cuando se ve por la televisión y se comprueba
que todos sus movimientos están condicionados.
Se convierte en un preso de su cargo, de sus ventajas, de su posición.
Lo que a primera vista confirma su identidad y, por ende, su
existencia, en realidad le priva imperceptiblemente de su identidad y
de su existencia. Ya no se autodomina, por que está dominado por algo
distinto: por su cargo, sus exigencias, sus consecuencias y sus
ventajas.

   (...) De todo esto se deduce que la política es un sector de
actividades humanas que plantea mayores exigencias al sentimiento
moral, a la capacidad de autorreflexión crítica, a la verdadera
responsabilidad, al buen gusto y al tacto, a la capacidad de entender
el alma de otros, al sentido de la medida y de la humildad. Es una
dedicación para personas que no se dejan engañar.

   (...) Todos los que afirman que la política es un asunto sucio,
mienten. La política es sencillamente un trabajo que requiere de
personas puras, por que resulta muy fácil caer en la trampa. Una mente
poco perspicaz ni siquiera se dará cuenta. Por lo tanto, tienen que
ser personas especialmente vigilantes las que se dediquen a la
política, personas sensibles al doble sentido de la autoconfirmación
existencial que de ella se desprende.

Ignoro totalmente si pertenezco al grupo de personas vigilantes. Solo
sé que debería pertenecer a ese grupo, ya que acepté mi cargo....


Aquí mas Vaclav http://prodavinci.com/blogs/los-intelectuales-y-la-politica-por-vaclav-havel/