En la madrugada, suenan los altavoces, reunión de la comunidad, frente a la plaza donde les hablará quien dice ser el cuerpo místico de Jim Jones. Pero no están en Guyanas, se trata de Guanacache, un desolado desierto en el desierto. Dunas y arenas donde ha sido muy duro para la comunidad sobrevivir al socavón de las arenas.
Tienen, seis horas para escribir sus vidas, solo seis horas, vayan pasando a retirar sus cuadernos. Le pido a los padres que ayuden a los niños a escribir sus libros y si se trata de bebés, queridos padres recuerden el tiempo de sus vidas, lo que recuerden, sus risas y todo lo poco pero maravilloso que han vivido. Las que están embarazadas, escriban el libro del no nacido pero deseado, imaginen esas pataditas y también cuál habría sido su vida y los nombres que pensaron para ese futuro ser divino.
Los guardias con sus carabinas rodean el campamento. Una parejita de americanos, ella embarazada, venían a curiosear y han querido escapar, ahora sobre la duna, tomados de la duna, humectando con un hilo de sangre el desierto.
A las seis de la tarde los hermanos y hermanas, suben al palco y dejan el cuaderno en un cofre. A las ocho, todo está hecho.
10, 9, 8, 7, 6, 5, 4, 3, 2, 1, fuego. La nave con los cuadernos se clava en los cielos, se pierde, y es nada. A la noche, algunos creen ver, es una pequeña estrellita. Pequeños telescopios apuntan al puntito. Los altavoces devuelven señales de la nave, comandada por el comandante, les habla a su grey.
Han pasado millones de años y la pequeña nave sigue silente, en los bordes de la Vía Lactea. En la cabina de mando un esqueleto que mira por la ventanilla, el borde de una galaxia.