
La palabra nimio, en latín nimĭus, significaba excesivo, abundante. Un día la palabra nimio llega al escritorio de un académico de la RAE y lee, por su presbiscia, minius, y grita: ¡Claro, coño, mínimo, pequeño, insignificante.
Pero lo nimio da lugar, como un fósforo encendido en una casa impregnada de gas, a lo excesivo, lo abundante, el fuego. Es la idea del acto fallido, de aquello que tenemos reprimido, durmiendo en nuestros cuarteles de invierno y que aguardan lo nimio para estallar.