Todos soñamos con crear un mundo e irnos a vivir a él. Un lugar con flancos violentos, selvático, una lluvia incesante, infinita; truenos y un hombre caminando por el barro y que llega a la ruina de un templo o un hotel devorado por la fiebre amarilla.
Deseamos esa posibilidad, antes que nos alcance la muerte, la que imaginamos como el despertar del que nos está soñando.
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